El paso del tiempo es verdaderamente implacable. Y el fin del tiempo individual genera efectos curiosos, cuando uno se entera del fallecimiento de alguien conocido uno tiende a evocar los momentos que uno compartió con esa persona como para tratar de poner un marco de contención a algo que no puede racionalizarse, como es la muerte. Los velatorios en ese sentido son lugares semióticos extraños. Son lugares llenos de relatos a veces donde el que ya no está consigue el status de héroe o de leyenda, el "te acordás cuando xxxx hizo tal cosa...?".
Una de las formas que el ser humano puede dar cuenta de que realmente existe es justamente a partir de los relatos, de como cada uno de nosotros es un ser relatado y relator al mismo tiempo, los relatos no solo nos organizan el mundo sino que nos hacen ser partícipes de él. Al final de esa gran película que es Big Fish el protagonista incrédulo sobre las historias de su padre descubre justamente eso, que nos volvemos inmortales en los relatos, Somos una red de relatos dentro de relatos. Y los relatos que incorporamos a nuestro discurso nos transforman, nos modifican, nos marcan.
Hoy pensando en el fallecimiento de Raúl Alfonsín, más allá de dar cuenta de que probablemente haya sido el último gran orador político de estas tierras lo recordaba en el año 83 y a modo de reflexión subí esta foto personal de aquellos días. La foto es del 12 de noviembre de 1983, casi dos semanas después de las elecciones presidenciales, en mi cumpleaños número 10, ahora todos podrán sacar cuentas de mi edad...Elegí subir esta foto a modo de homenaje, en vez de generar algo porque a veces la manera de hablar sobre otros es a partir de lo que esos otros generan, aún cuando se trate de unos chicos jugando inocentemente.
Juan Miranda
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